sábado, 12 de diciembre de 2009

Se abre la veda

Se inaugura la página oficial de la luna roja de Siberia, adjunto una parte de la obra para vuestro deleite. Muchas Gracias.

LA LUNA ROJA DE SIBERIA

Juan Miguel López Cánovas


Sergei llevaba horas corriendo, adentrándose en un bosque que parecía infinito, sin destino, sin rumbo, a merced de su instinto. Por su cabeza sólo rondaba la idea de huir, no se atrevía a mirar atrás, sorteaba descomunales cedros que le hacían a la vez de verdugo, lastimándole severamente y dificultando su paso. Calzaba un par de botas desgastadas, unos pantalones roídos por las ratas y una enorme casaca de un alto cargo de la justicia al que había matado con sus propias manos. Su barba era frondosa y blanquecina, el paso del tiempo había hecho justicia en su cabellera y en los cauces de su cara, en la que lucía un enorme moretón en el pómulo. Una mueca involuntaria reflejaba el dolor que sentía al notar que comenzaban a infectarse las numerosas heridas que afligían su famélica figura.
La noche se empezaba a hacer eterna, la escarcha se clavaba en la piel como avispas despiadadas y su huida parecía la cacería de un veloz felino intentando capturar a su presa; la diferencia es que, esta vez, él era el botín. Sergei empezaba a bajar el ritmo, se podía oír su respiración accidentada en la serena noche siberiana. Ahora, los macizos que le flagelaban a su paso empezaban a escasear y le ayudaban a tomar impulso, no sin tener que pagar un alto precio por ello: sus manos ensangrentadas y llenas de punzadas de corteza de roble eran la moneda. Sergei emitía un gemido extraño y se decía a sí mismo:

— ¡No pares, corre, corre! —su atormentada cabeza no podía crear un plan para enfrentarse a su miedo.

Por un momento Sergei se detuvo. Era un claro del bosque, libre de árboles y en el que se reflejaba la luna llena, una mística y extraordinaria luna llena que iluminaba hasta el último rincón de ese descampado. Su respiración era seca y agitada. Miró hacia lo alto buscando el firmamento estrellado, abrió su boca agrietada y, torciendo el gesto, tomó una bocanada de aire como si le fuera la vida en ello. Se encorvó y puso sus temblorosas manos sobre sus escuálidas rodillas, todo eso en un segundo, sólo un segundo. Levantó su cabeza y vió su sombra consumida, proyectada en la maleza del descampado. De repente reapareció ese hedor pestilente a carne putrefacta que le perseguía desde hacía horas. Sergei se dio la vuelta y buscando a alguien o algo gritó con desesperación:

— ¿¡Qué quieres de mí!?

Un profundo silencio fue la respuesta. Sergei bajó la guardia y exhaló el aire, y un fuerte estruendo se oyó a lo lejos. Asustado sacó un pequeño puñal oxidado que llevaba guardado en la taleguilla; tembloroso, sin saber a qué apuntar y con el pánico en su mirada observaba cómo el ruido ensordecedor se iba acercando hacia él. Era atronador, un eco sacado directamente del infierno, acompañado de una fuerte ventisca. Sergei retrocedió unos pasos, no creía lo que venía hacia él, levantó su mirada y, aterrado, vio atónito cómo esos descomunales árboles centenarios que antes le obstaculizaban se desplomaban como naipes al paso de algo que, por su destrucción, debía de ser monstruoso.

1 comentario:

  1. que pagina mas chula asi dan mas ganicas de comprarlo todavia

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